En un documental sobre el legendario colectivo Teatro del 60, se ve el auge que una vez tuvieron las actividades culturales y artísticas en el Recinto de Río Piedras de la UPR, escribe Eduardo Lalo
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Del mismo modo, los teatros y museos de la zona albergaron muchas actividades. En uno de ellos, vi los dos primeros capítulos (los dedicados a las décadas del sesenta y setenta) de La verdadera historia de Teatro del 60. Estos primeros capítulos del documental (habrá un tercero dedicado a los ochenta) dirigido por Vicente Juarbe y narrado por Idalia Pérez Garay, dan cuenta de los primeros pasos y éxitos de una agrupación independiente que mantuvo un teatro en funciones durante 17 años.
La experiencia de ver el documental fue significativa por múltiples razones. En primer lugar, formar parte de la audiencia que colmó la sala y que permaneció interesada por más de dos horas fue un grato baño de masas cultural. Entre los espectadores mayores, la memoria se activaba al volver a ver a actores y actrices, y revivían con ellos y las producciones de Teatro del 60, las circunstancias de una buena porción de sus vidas.
Entre los más jóvenes, sin embargo, el interés por el documental les hacía comprobar que el tiempo que les tocó les ha robado más de una aventura. La verdadera historia de Teatro del 60 muestra los contextos culturales y políticos en que se formó esta compañía independiente. Pero al hacerlo, traza la historia de la pasión creativa de sus protagonistas.
El Teatro de la UPR, que antes estaba a la disposición de los estudiantes de actuación, en el que se presentaban espectáculos de gran calidad del Programa de Actividades Culturales, es ahora un edificio al que no se puede entrar sino se paga su alquiler no se puede entrar sino se paga su alquiler. (Suministrada)
Ésta tuvo un lugar de origen y, quizá sin proponérselo expresamente, la película cuenta también el auge y decadencia de ese otro lugar, que de no haber existido entonces, el fenómeno que constituyó este grupo artístico no se hubiera dado. En el documental son incontables las referencias al Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.
Muchos miembros de la compañía se formaron en su Departamento de Drama y participaron de la efervescencia de la vida universitaria de esa época. Una Universidad en la que se vivía tanto de día como de noche, en la que se iba a los cursos, pero además a las presentaciones de su Programa de Actividades Culturales, a conferencias, a protestas. Una Universidad que al menos le brindaba a sus profesores la dignidad de un empleo estable y, por eso, permitía a muchos dedicarse en cuerpo y alma a su profesión y sus estudiantes.
Una Universidad que acogía, unos años después, a profesionales que luego de graduarse de ella, se formaron en grandes programas graduados de Europa y América y decidieron regresar a su país. Una Universidad que era parte de una sociedad, que con importantes limitaciones, contradicciones e injusticias, financiaba instituciones y sistemas con la intención de que cumplieran su labor y no fueran meramente escaparates para redirigir fondos públicos a amigos del alma.
Una Universidad que convivía con el Departamento de Educación (y sus hoy desaparecidas clases de teatro, sus bandas escolares, sus escuelas especializadas, etc.), con un Instituto de Cultura (que mantenía editoriales, teatros, sedes regionales, museos funcionando),con una prensa que anunciaba y daba espacio a la crítica de todas las artes en sus páginas, con las emisoras radial y televisiva del Estado que para bien y para mal, con luces y sombras, intentaban atenerse a su función original y proveían programaciones culturales a sus audiencias.
Debe quedar claro que estoy lejos de idealizar esa época. De la misma forma, supongo ,los miembros de Teatro del 60 y otras compañías, conocerán mejor que nadie las dificultades e insuficiencias que experimentaron en sus empeños de crear y vivir del arte. A lo largo del documental hay escenas en las que los miembros de la compañía vuelven, luego de décadas, a entrar a su sede.
El Teatro Sylvia Rexach es desde hace mucho una ruina. No importó que sus gestores fueran los responsables de un proyecto artístico de indudable calidad y trascendencia; no importó tampoco que la edificación poseyera valor arquitectónico. En casi todo, Puerto Rico desconoce la continuidad institucional. Vemos a los actores y actrices ante la desolación casi insondable del estado de sus camerinos, salones de ensayo, escenarios.
Mientras los veía, acudían a mi mente imágenes del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. La misma desolación y abandono, solo que en una etapa más temprana. Edificios abandonados en el cuadrángulo histórico con las ventanas tapiadas, techos que se desprenden, departamentos sin oficinas ni empleados. La precariedad como principio de gestión, es lo que viven los universitarios y da igual si son profesores, empleados no docentes o estudiantes.
La Universidad de Puerto Rico lleva 20 años siendo atacada por el gobierno y, más recientemente, por la Junta de Control Fiscal. Como un ataque frontal sería muy mal recibido, se ha optado por otras estrategias. Le pido al lector que imagine al dueño o al gerente de un negocio cuya fachada queda detrás de un árbol centenario. Este da sombra, enfría el ambiente, cobija a pájaros y otros animales, pero en el negocio consideran que les convendría que se viera su fachada claramente.
El dueño o el gerente saben que si un día sus trabajadores aparecen frente al árbol con una sierra de gasolina, esto generará problemas. Por ello, optan por envenenar el árbol. El proceso es más lento, pero nadie sabe que el árbol esta siendo envenenado. Las hojas caen, la corteza se desprende, se parten ramas, el árbol va muriendo por partes. Un día hasta la agencia del gobierno que defiende a los árboles estará de acuerdo con su remoción. La precariedad institucional es el veneno.
Los más jóvenes de la audiencia que veía La verdadera historia de Teatro del 60 son los pájaros que viven en el árbol envenenado. El teatro que antes estaba a la disposición de los estudiantes de actuación, en el que se presentaban espectáculos de gran calidad del Programa de Actividades Culturales, es ahora un edificio al que no se puede entrar sino se paga su alquiler.
La Universidad prefiere la educación a distancia, para que esté desierta, para así cerrar más salones y edificios, para que muera a pedazos. Quizá Teatro del 60 deba representar esta tragedia, la verdadera historia de las ruinas, con la rabia producida por lo que la Universidad les dio y hoy nos envenenan.